miércoles, 30 de abril de 2014

Sí algún día sin querer tropezamos

Si algún día sin querer tropezamos.


Cuando te hablen de amor

y de ilusiones
y te ofrezcan 
un sol
 y un cielo entero. 
Sí te acuerdas de mí

no me menciones

porque vas a sentir

amor del bueno.

José Alfredo Jiménez

Pedro y Vilma Picapiedra.

Pedro y Vilma, de la edad de piedra, al parecer no la pasaban mal pese a las rabietas de Pedro o a los errores que eran secundados por su amigo el Enano. Ahora, no se sabe que sería de la familia Picapiedra si Vilma fuera al trabajo o si su tolerancia con las jugadas del obeso esposo fuera menor, de seguro, si la suegra los visitara con más frecuencia Pedro hubiera solicitado el divorcio. Este arquetipo de una familia simpática de la edad de piedra, amor inocente, la primera pareja de la historia animada en aparecer por televisión en la cama empezando la década del 70. Un amor de caricatura.

La historia de amor más pasional del medievo. 

Abelardo, gran filósofo francés, conoció a Eloísa cuando tenía treinta años; ella era una chica inteligente y bella sobrina de Fulberto, canónigo de la Catedral de París que no era cualquier catedral y por consiguiente no era un cargo de alguien que se anda con juegos frente a las ofensas.

La pareja llevó una relación en secreto hasta que Eloísa quedó embarazada. Al saberlo, Abelardo la raptó temeroso de las represalias del canónigo. Eloísa dio a luz en Gran Bretaña. Al regreso de la pareja, Fulberto que requería venganza castra al amante y obliga a su sobrina a ingresar en un convento. Abelardo, por su parte, pasa por varias abadías y se dedica al diálogo filosófico, práctica que le trajo varias enemigos gracias a sus ideas calificadas como revoltosas.

Abelardo murió en 1142 y Eloísa en 1163 pero fue solo hasta 1808 cuando los restos de los dos amantes descansaron juntos y en 1817 se realizó un panteón para depositar los restos de los dos amantes en el Cementerio de Père-Lachaise de París. Un amor después de la muerte.

Amor en círculo.

El amor del magnate naviero Aristóteles Onassis y la cantante de ópera María Callas, dicen los que les conocieron, fue inmenso y suntuoso. Para Onassis la conquista de mujeres era otra forma de posesión de bienes y la cantante por su lado vivía su mundo real con el mismo dramatismo e intensidad de los papeles de las óperas que más le gustaban como Violeta en 'La Traviata'. 

Onassis y Callas se conocieron cuando coincidieron en un crucero al que fue invitada “La Divina” con su primer esposo. Desde ese mismo momento ambos decidieron que continuarían juntos. Pero el amor parece tener doble filo y la pasión duró hasta que otra mujer ganó la atención de Onassis  y a comienzos de los años 60 se lanzó a la conquista de quien entonces parecía un imposible, la esposa del presidente asesinado de los Estados Unidos, Jackie Bouvier Kennedy. 

Sin embargo Callas y Onassis continuaron juntos y el naviero la visitaba en la isla de la diva incluso cuando estaba casado con Jackie Kennedy.

Amor de artista.

Los artistas y los genios suelen tener mundos interiores turbulentos o sinuosos pero siempre complejos que tienen que ver tanto con su obra como con su relación con los otros. Salvador Dalí encontró en Gala Eluard una relación que se encontró más en el arte que en la pasión. 

Dalí, según sus biógrafos presentaba un cuadro raro en su psicología, ante todo estaba su arte y sus excentricidades y Gala Eluard fue soporte para ambos. El pintor nunca reconoció su homosexualidad, hecho que le trajo tantos dolores de cabeza a García Lorca, en cuanto a las relaciones sexuales las consideraba sucias y cercanas a la aberración; Gala era en cambio una mujer de sexualidad desinhibida, esta característica de su personalidad le ayudó a Dalí a encontrar mucho del sentido particular de su obra. 

No todo fue amor y gusto por el arte, Gala manejaba a Dalí con inflexibilidad y él dependía en muchos aspectos de ella; debe ser por eso que cuando ella murió entró en una tristeza profunda de la que no se recuperó. Amor de artista, un laberinto tormentoso.

Amor infinito.

Jorge Luis Borges y María Kodama estuvieron juntos durante la fase final de la vida del escritor, no es fácil encontrar una pareja que reúna sentimiento y razón para su amor y para conocer al otro; por eso prefiero que sea ella con sus palabras la que de algunas luces de un encuentro profundo, entonces, es  mejor el apoyo en un fragmento de una entrevista realizada por Cristina Castello.[1]

-        No habrá sido fácil ser la mujer del escritor argentino más universal... de alguien que es patrimonio de la humanidad.
-        Mire...yo nunca sentí eso con Borges. Me hubiera quedado petrificada. Comencé con él una relación de maestro-discípula cuando era muy niña, y entonces era como... desenfadada, y le hablaba de un modo fresco y espontáneo....si hasta le discutía sobre autores y cosas insostenibles para mí entonces. Pero quise conocerlo, porque las obras suyas que me habían leído me hicieron sentir una hermandad en el misterio.
-        Decidió ir a Ginebra para morir. ¿No tenía miedo?
-        No, porque no le gustaban las cosas dramáticas o como él decía sentimentales. Borges vivió de manera natural también la muerte: como todos los días, como siempre. Era una persona estoica.
-        María, ¿Borges la amó?
-        Yo creo que sí, ¿no?
-        ¿Y usted lo ama? ¿O lo amó?
-        Lo amo.
-        Hace un momento el camarero del bar donde tenemos esta conversación la descubrió: «Usted es la mujer de Borges», le escuchamos. Y en alguna de las entrevistas que hicimos anteriormente, me dijo: «No soy la viuda de Borges; soy el amor de Borges». Habló en presente, como muchas veces en esta charla. ¿Los une el Infinito....el «ansia de absoluto», según expresión de Louis Aragon?
-        Yo creo que cuando uno encuentra la mitad del alma, es para siempre. Forever and ever… and a day.
-        ¿Borges fue generoso con todo lo que contiene la vida?


-        Sí, y también con los misterios de la vida.
-        ¿Y cuándo descubrió usted que él era su hombre?
-        Me di cuenta... en un avión, donde pasó algo muy especial que me hizo sentir «eso», pero... no se lo dije. Bueno, por favor, no me pregunte: esto es mío.


Los amores aquí medio expuestos involucran personas que se salen del molde, están a la vista de muchos y lo usual es que otros hablen de ellos y que se conviertan en puntos de mira, bien sea por morbo o porque la gente así es interesante en esencia. Hay muchos más amores, aquí no caben, pero se encuentran fácilmente relatados en tantas formas, no hablamos de música de arquitectura, asesinatos o suicidios que también suceden por amor y que alimentan los diarios íntimos y la prensa de todo el mundo. El amor anónimo sigue estando así, cada cual se acomoda como puede con este sentimiento, a unos les va bien y otros se mueven entre la decepción y la soledad; la mayoría estamos entre una y otra situación.


[1] Entrevista a María Kodama : Jorge Luis Borges y su universo secreto. Cristina Castello el 6 diciembre, 2007

jueves, 12 de diciembre de 2013

¡Salud Bedoya!

El fútbol es un juego de valientes y no de flojos, así lo entiendo y así me gusta. El Santa Fe es mi equipo y no ha ganado mucho, ha de ser por eso que lo quiero. Masoquismo futbolero, qué se le puede hacer. Los títulos son cortos pero los guerreros no, recuerdo ahora, sin cervezas en la cabeza, razón por la cual me falla la memoria, a Carpene y a Flotta. Pues bien, en adelante, cuando con los muchachos nos reunamos a tomar pola y recordar tardes de fútbol, de seguro llegaremos  al capítulo de luchadores; en ese seguro estará con muchos brindis Gerardo Bedoya que no era tan tronco como los que nombré, es que sus pataditas a los rivales desviaban la atención porque la verdad jugaba bien. Bedoya venía de Millonarios y uno decía -que mierda-; luego, al principio ganó respeto y después cariño a punta de valentía y honestidad para con el Rojo bogotano o sea honestidad y valentía para con nosotros que somos ese equipo.
Lástima que lo hayan sacado como a un mal trabajador por la puerta de atrás, no se lo merecía. ¡Salud Bedoya!

lunes, 2 de julio de 2012

!Goool de Camilo¡

!Gooooool de Camilo¡


Recordar es hacer que las cosas sucedan por segunda vez.
                            Paul Auster.

Cuando los hombres áun no lo éran, hace un par de millones de años, es seguro que entre las caminatas para buscar raíces y frutas y entre las carreras para huirle al tigre encontraron el tiempo necesario para jugar. Es probable que para dificultar las cosas usaran los pies y patearan bayas de un lado al otro, o simplemente se persiguieran entre sí para saber quién era más veloz. El juego es una actividad de los animales, eso incluye a los hombres, desde siempre ha sido tan esencial como trabajar o reflexionar; no tiene nada que ver con biología, pero sí con algo igualmente profundo,está cercano a la espiritualidad, aun más  que el amor. Es  un impulso inexplicable que aparentemente no sirve para nada y que hace perder la cabeza por un rato. El juego no es de la razón ni de la biología, más bien, en palabras de Huizinga, el filosofo holandés: “la razón del juego reside en una capa profunda de nuestro ser espiritual”, pienso que a eso se debe que nos guste tanto el fútbol, para muchos, el mejor de los juegos.

Pica y pala, pica y pala, se medía con los pies, paso a paso, hasta llegar a un punto; el primero en hacerlo elegía jugadores. Siempre los encargados eran López Sánchez “Pelos” que jugaba en las menores de Santa Fe y Rueda, que lo hacía en las de Millonarios, tenían una rivalidad feroz; los demás eran materia disponible y buscaban alinearse con sus amigotes, que seguían sus mismos colores. “Pelos”, a pesar de su cara de seminarista, era maloso, con la picaresca barrio bajera y con el balón en la izquierda, siempre hacía lo que se le venía en gana, incluso provocar a los rivales menos dotados que nunca lo alcanzaban.  Yo hinchaba por él y su combo, igual, desde los años de los salesianos (que cómo cuidaban esa cancha en medio de eucaliptos gigantes y con iluminación para la noche) siempre he preferido a los malevos. Rueda era engreído, guayos lindos, camiseta nueva, robusto como un jugador de rugby y muy veloz.  En el fútbol tenía lo suyo, le daba durísimo al balón y ni para qué marcarlo por arriba, siempre era gol de cabeza.

Buenos juegos esos, por el honor y por la gaseosa.  Un tiempo en el descanso de las diez y otro a la hora de almuerzo y con empate, un tercero en la tarde después de misas, clases de historia o de geografía. Se ponía todo en la cancha y obvio, de vez en cuando, tanta vitalidad juvenil terminaba en pelea fuera del colegio protagonizada por los que eran buenos boxeadores y que solo se interrumpía cuando aparecía el cura Ítalo, un moreno cetrino, firme, deportista, con sotana lustrosa por el uso, que no dudaba en dejar a los otros seiscientos muchachos para con cara dura ir a buscar  por todo el barrio Cundinamarca a los peleadores, porque - Así no se resuelven las cosas muchachos, así sean de fútbol- el viejo sabía que un asunto futbolero tenía una ética distinta.

Eran los años ochenta, a pesar de los esfuerzos de Carpene, Millonarios nos ganaba siempre. En los clásicos de ese tiempo nos maltrataron los Juárez, Funes, Iguaranes, Vivaldas y otros de cuyo nombre no quiero acordarme, es que ni Gottardi, de lo mejor que he visto, ni Odine ni Perazzo lograron evitar que muchos de mis lunes de colegio después de esos juegos fueran una lata.

El tiempo pasó y  se disiparon los recuerdos de equipos y de jugadores muy queridos, pero lo que sí quedó fue la sensación ultrajante de la impotencia al ver como la mafia se apoderaba del fútbol. No había que ser un genio para comprender que eso daba prestigio y reconocimiento social, entonces, ni modo, quién era uno sino un hincha de estadio que se alegra y sufre; tantos que se alejaron de las gradas, porque no se podía hacer más que eso. Sin embargo, como siempre en el fútbol, hubo alegrías pero tan tenues que solo sirvieron para abrirle camino a la incertidumbre cuando vi desfilar lo mejor de los nuestros hacia el América de Cali o hacia otros clubes.  Adios a Freddy Rincón, nos vemos Balbis, chao Cabrera, y ellos sumaban estrellas y nosotros parecíamos no levantarnos y si lo hacíamos era para que nos volvieran a tirar.

No importa, el fútbol es así, Colombia es así, entonces hay que entender al viejo Konrad Lorenz, - En la vida humana hay que pagar cada alegría con un tributo de dolor, y el que se prohíbe las pocas alegrías por el temor de saldar la cuenta que el destino le presentará tarde o temprano, que se retire a la buhardilla en medio de la mezquindad, como un viejo solterón que se va secando como una esteril planta -.

Sigamos con la mafia, pero esta inofensiva.
El fútbol, como si de los Corleone se tratara, es un asunto de familia y esa mañana,  febrero de 1992, mi madre, que no preguntaba por los negocios futboleros de sus hijos, hizo el almuerzo temprano, solo sabía, solo entendía, que nos íbamos los hermanos al Campín a ver al Santa Fe contra Millonarios. El estadio rojo revuelto con azul, aún no separaban los colores.  Como siempre los de allá, los azules, confiados, tranquilos, engreídos.  Cómo no estarlo si ellos no lo decían, lo decían las estadísticas, y por años no habían hecho nada más que ganarnos. Ese día todo cambió, yo no recuerdo quiénes jugaban de azul, pero el que nunca se me borra de la memoria es Óscar Córdoba, una de sus grandes contrataciones y Cuffanno Russo, un central grandote y pesado al que esa tarde Adolfo Valencia, el gran “Tren”, le dio un baile; imagino que el número 14 nuestro pensó - “Bienvenido a Bogotá Óscar, siete veces sacando el balón de allá, no joda, mucho marica” “Cuffano, qué va a ser la altura, a ver, corra, no es difícil, tronco de mierda”- el hecho es que esa tarde les hizo dos; Tilger, nuestro otro delantero, era un fantasma que como todos los de su especie fue inasible, inubicable y por eso causó terror, les hizo tres. Después no queríamos salir del estadio “esqueleto de emociones” que nunca estuvo tan lleno con las nuestras, porque !Santa Fe huérfano quedó¡ cantabamos muchos.

Después de ese 7-3 el fútbol colombiano mantuvo la constante y continuaba siendo protagonizado por equipos de otras regiones del país. Nosotros apenas si éramos parte del reparto, nunca los estelares. Así pasaron diez años, quince, cien; algunos intentos bien encaminados que al final terminaron en nada porque nunca llegaron a nada, a lo que todos queríamos, ver al León campeón.

De nuevo, así es el fútbol, y cuando nos reunimos los amigos de estadio a recordar los momentos gloriosos que nos han tocado, recordamos gestas menos importantes para las estadísticas pero inolvidables para nosotros. Al ritmo de unas cervezas sentimos que no todo es colgarse una estrella, que  también hay escenas de valientes en las que el honor cuenta; creemos que  el Santa Fe se parece a los equipos de colegio o de barrio donde todo se arriesga.  Así somos, se puede perder pero con las botas puestas.

Sí se supiera cuál será el movimiento siguiente, sin lugar a sorpresas, pues no sería juego y eso ni en el frío ajedrez. Y existen goles del equipo amado, los que demuestran que el paraiso existe. Un gol nunca se podrá repetir, solo se puede recordar, es una particularidad entre las generalidades de los campeonatos, con sus números, sus estadísticas que parecen sistemas de ecuaciones con ceros y unos. Ciertos goles nos sacan el impulso atávico sin razón, el que proviene del corazón y sobrevive en nuestra alma con algo del primate de las cavernas, que nos conecta simplemente porque perdemos la cabeza como le ocurría a los antiguos que pateaban bayas.

Por eso recuerdo hoy el gol del joven portero del Santa fe, como también se me viene a la mente un amigo argentino que adoptó al rojo como su equipo, estos tipos que no pueden vivir sin un equipo al que ir a ver a la cancha, Pipa (que le dicen así porque se parece a Iguaín) después de verlo un par de veces me preguntó un sábado -¿Por qué no ataja Camilo? yo le expliqué toda la situación de los históricos del equipo y la respuesta fue ¿por qué no ataja Camilo? y siguió viendo el juego. Camilo, como le decimos todos, durante el tiempo de descuento del arbitro, al final de un juego que iba cero a cero, abandonó su puerta para meterse entre los defensas del equipo contrario. Claro, los de azul, los de Millonarios, también de Bogotá, mi ciudad, el equipo odiado, como el primo baboso que uno se encuentra cuando va al cumpleaños de la abuela, es inevitable que exista. El muchacho de veintitres años y cara de estudiante de ingeniería se recorre todo el campo y una vez en el área rival espera a que el calvo Omar Pérez lance el balón en un centro aereo. Camilo se levanta entre todos, rojos y azules y mete un cabezaso que nadie podría atrapar, ni Casillas el de la selección española.

Lo demás fue delirio, Gol de Camilo, gritamos todos, !Gol de Camilo hijueputa¡ y nos abrazamos y nos emborrachamos después, le volvimos a ganar a Millonarios y con un gol de cabeza en el último suspiro. ¿Se le podía pedir algo más a la vida esa noche?

jueves, 21 de octubre de 2010

por azar.



¿Cuándo empezó todo? Era difícil saberlo y se conformaba con un fue hace mucho, y recordar dónde, también lo tenía embolatado en la cabeza. En medio de tanta indefinición profesional pensaba que definitivamente hay empleos en los que el viaje hace parte del trabajo y que seguramente por eso ubicar el inicio suyo era demasiado para una mente tan distraída. Sobre lo que sí tenía certeza es que durante mucho tiempo fue un pésimo mago, en un circo muy malo, y por lo mismo, ahora era pobre hasta la mendicidad.
Gracias al azar, mezclado con necesidad, cambió de oficio; en un impulso intempestivo, quizá si lo hubiera pensado mejor seguro no se hubiese atrevido. Así, en una de sus pocas visitas a la ciudad, se encontró en medio de gente bastante arropada que en una tarde de agua se transportaba en vagones sobre rieles que mejor parecían baúles de ropa vieja.
En pleno jaleo de trasnportarse de un lado a otro de la ciudad observó a un bigotón huesudo y perfumado. El hombre, de movimientos rebuscados, le coqueteaba a una jovencita, de esas bonitas de pelo bien peinado y sombrilla en juego con el vestido.  Mientras el tipo se movía el sombrero y le sonreía desde todos los ángulos y formas. Ella, con una galería de muecas de aburrimiento, solo alternaba la mirada entre los que la empujaban y la calle, pero al Casanova eso lo tenía sin cuidado y continuaba en lo suyo o sea asediándola.
Los vagones a causa de las leyes de la física se toman su tiempo para dejar de moverse, y cada vez, antes de lograrlo, sacuden todo lo que llevan.  Entre tanta inestabilidad, los pisones y  las pérdidas de equilibrio dejan de ser novedad, incluso para los que se suben por primera vez. el hecho es que a la tercera o cuarta parada, con ese resplandor que tienen las cosas fuera de lugar, aparece la señal para el mago: la billetera del Casanova de transporte público está a la vista mientras éste sigue pendiente de su faena lasciva.
Hasta ese momento nunca lo había pensado.  Es cierto que andaba bien fregado y aunque en las ferias los timos hacen parte del día a día, robar de esa forma era otra cosa, pero no era de pensarlo más, decidió aprovechar la situación en la próxima parada y, sacando valentía de la necesidad, se concentró en los detalles.  Observó a la víctima, se acercó un poco más, tembló un poco su cuerpo y si alguien le hubiese hablado,  seguro su voz hubiera temblado más.  Se arregló las mangas,  un tic para un mago así sea de feria: parada, sacudón y de nuevo encima unos de otros.  Sin darse cuenta, como si lo hubiera hecho aparecer delanada , sientío el bulto de cuero en la mano, rápido lo deslizó ocultándolo, mientras, como todos los que tienen mucho miedo o no quieren pensar ni ver lo que han hecho, se alejó sin mirar atrás al vagón que seguía su recorrido.
Ya en la acera y con la mente en blanco, caminó algunos metros, observó el botín y sonrió nerviosamente tanto por los billetes como por lo raro de la situación. Para ese momento no sintió culpa, y tampoco pensó  en el tiquete al miedo que acaba de comprar.

martes, 13 de abril de 2010

Sin ruido no hay acción.


En la mañana, adormilado todavía y con bolsitas en los ojos oyó el ruido que ya era demasiado y se despertó. Desde hace tiempo distinguía el momento del día por el sonido del tráfico o de la gente; así, con fidelidad, seguía un reloj sonoro que  le indicaba cuándo levantarse, caminar, comer o cansarse para dormir, esto último ya tarde en la noche.

Era un tipo así, de vida fácil, pero qué importancia tiene eso cuando no se conoce cosa diferente a ir de acá para allá. Todo se trata de moverse lo necesario; cuando acosa el calor, con el ruido agitado del medio día, echarse a dormir por ahí, a la sombra de cualquier árbol; luego a comer, siempre invitado a los mismos sitios, donde con un par caritas el estómago queda lleno; más ruido y demasiado movimiento de final de tarde y hacerse invisible para darle tiempo al silencio que está a unas horas. Así pasaban sus días con sus noches, claro que los hay diferentes, pero son pocos y no vienen al caso.

Esa vez se despertó con el sol y se desorientó aún más cuando la técnica para pasar la calle no servía para nada, cómo, sino había nadie a quien seguir; definitivamente no entendía de qué se trataba esta falta de agite. Durante un tiempo le ladró a unos cacharros gigantes que aparecieron ahí mientras él dormía y a los que culpó de ahuyentar a todos; es más, en un acto de valentía intentó morderlos, pero ni se movían, solo silencio, y temió romperse los dientes. Al rato empezó el aburrimiento y luego el hambre, lo mejor era buscar en otra parte. Era uno de esos tipos de acción y sin ruido no pasaba nada.

martes, 20 de octubre de 2009

Pocos cambios

Es usual encontrarse con historias, algunas no muy añejas otras con muchos años, que tratan de la muchacha cuyo objetivo de vida era quedar bien casada. Esa era la costumbre y la búsqueda del beneficio económico y social que esto les reportaba ocupaba gran cantidad de tiempo y de energías que empleaban tanto ellas como sus familias. La hipergamia parece ser una tradición amorosa mandada a recoger o por lo menos tiene esa tendencia. Ahora, con mujeres y hombres preparados y con oportunidades iguales, ellas no tienen la necesidad real de buscar seguridad o sustento en un hombre con ingresos mayores; para progresar, no necesitan del dinero del otro y simplemente prefieren la comprensión y la compañía a los beneficios puramente materiales. La consecuencia de este cambio será que cada vez sea más frecuente encontrar más mujeres mayores con esposos jóvenes, más mezcla entre grupos étnicos, religiosos y sociales diferentes.

Distancia.

Desde la antropología se ha visto que el ser humano no está diseñado para vivir en compañía de su pareja las 24 horas del día. Se deriva de ahí que las relaciones entre personas que trabajan a distancia y que no se ven todo el tiempo sean más o menos usuales, incluso los que así se relacionan piensan que es sano para la unión por lo menos al principio y encuentran que no es difícil asumir los compromisos, la profesión no se ve amenazada, no es necesario unir patrimonios y la distancia le da frescura a la unión. Sin embargo como en cualquier tipo de matrimonio este modelo tiene sus más y sus menos. En una forma menos radical, los conyugues solo se encuentran a la noche o se organizan salidas que pueden ser de algunos días en las que cada uno va por su lado. Este tipo de barreras ayudan a vivificar el vínculo y hacen que la pareja moderna separe los negocios y el trabajo del placer y del encuentro donde están realmente juntos.[1]

En los menos, este tipo de relación también iría en contravía de otra de las tendencias humanas; las parejas jóvenes, especialmente, necesitan estar cerca el uno del otro para establecer las funciones de cada cual, establecer los proyectos y conocerse en la intimidad: la pareja a distancia inhibe este proceso de intimidad. Por otro lado, la distancia es un buen aliciente para la infidelidad que es otra de las condiciones humanas por naturaleza.

En defensa de la familia: Esta es la más adaptable de las instituciones humanas, y cambia con cada demanda social. La familia no se rompe durante una tormenta como si fuera un pino, se inclina más bien como lo hacen el árbol de bambú tan mencionado en los cuentos orientales.[2]

Desde la perspectiva antropológica, el único fenómeno realmente nuevo que se vería en los milenios de evolución de los lazos familiares serían las personas solteras, divorciadas o viudas que permanecen solas. De hecho, en las sociedades tradicionales, las personas que presentaban alguna de estas condiciones se mantenían cercanas a sus familiares, no vivían solos. Esta tendencia se demuestra en números, hasta finales del siglo pasado, solo en los Estados Unidos 23 millones de personas vivían solas. Otro dato interesante es que el tiempo promedio durante el cual los hombres y mujeres viven solos es de 4.8 años.

Esta condición ha dado lugar a una nueva forma de vida familiar, la asociación en la cual se establecen vínculos afectivos entre amigos no emparentados que se reúnen para compartir sus logros y problemas y se prestan ayuda, cuando están por ejemplo enfermos. Así por primera vez en la historia de la humanidad, en los países industrializados y en las ciudades grandes, las personas optan por elegir sus parientes basados en un sentimiento de amistad. Este tipo de relaciones con el paso del tiempo generarán nuevos términos para el parentesco a nivel cultural, social e incluso jurídico.

Los hijos.

Una cosa es cierta, las mujeres seguirán trabajando, de hecho es una de las característica importantes del siglo XX. El ingreso total de la mujer al mundo laboral, una alternativa a la simple crianza de los hijos. En las nuevas relaciones, los vínculos con los hijos como en el pasado serán cada vez menos. Al darse una vuelta por la historia de la humanidad se evidencia que en el antiguo pasado nómada se tenían pocos hijos, ¿cómo cargar con muchos?, sería una cosa poco práctica, mientras que en los estadios de labradores era más fácil tener los hijos y muchas manos ayudaron a que el proceso fuera exitoso. 


Con la industrialización del s. XIX tener muchos hijos para una familia que tenía que salir a trabajar se volvió un hecho antieconómico. En resumen, cuando los hijos se volvieron innecesarios, se retornó con facilidad a un patrón más funcional y natural: las familias pequeñas.

Las familias separan cada vez más los embarazos, hasta llegar a un promedio de cuatro años, lo que permite dedicarse a criar un hijo cada vez. Lo estudios muestran que los niños que provienen de familias pequeñas obtienen mejores logros escolares, sus logros educativos son más altos y reciben más atención de los padres en los proceso de maduración. Igualmente para los padres, es más benévolo espaciar los nacimientos; como especie, la evolución no dispuso que se asumiera la carga de criar hijos en gran número con rangos de edad muy cercanos.

La naturaleza humana mantendrá sus hábitos reproductivos, de la misma forma en la que los jóvenes se enamoran ahora se continuará haciendo, se mantendrá la tendencia a tener hijos que unen la pareja por más tiempo. En caso contrario, muchas parejas romperán y formarán nuevos vínculos para continuar con el ciclo, las mujeres seguirán con sus trabajos y los índices de divorcio se mantendrán o se incrementarán; pero también estarán los que se casan tarde, que tienen la tendencia a no separarse, o a los que su segunda relación les funcionó y como dicen las mamás “sentaron cabeza” al final el fino equilibrio para mantenernos como especie y como familia se mantendrá.

Seguramente se mantendrá la vuelta a los padres transitorios tan frecuentes en tiempos pasados, se recordará que la paternidad individual no era rara en nuestro antepasados cazadores, para darse cuenta que el hecho de tener un padre único es una condición transitoria de estos tiempos. Nos daremos cuenta que la mayoría de padres divorciados se casan de nuevo en un promedio de tres a cuatro años, de manera que un padre único sería una extrañeza. No sorprendería al analizar que la longevidad antes era una condición diferente a la actual, recordaríamos que las familias tenían una duración mucho más corta en resumidas cuentas los giros culturales están sometidos a los biológicos.

Todo esto para darnos cuenta que vincularse es humano, es un impulso que surgió hace unos cuatro millones de años, de sobrevivir como especie, debería continuar dentro de nosotros incluso dentro de otro periodo de tiempo similar.






[1] Helen Fisher. The Sex Contract. Investigadora del Departamento de Antropología del American Museum of Natural History.
[2] Paul Bohannan. Antropólogo nacido en Nebraska, doctorado de la Universidad de Oxford. Estudio la relacione matrimoniales en los Estados Unidos y acuñó la expresión “La Industria del Divorcio”. 

Un encuentro que se extiende.




En un libro reciente del director de orquesta Daniel Barenboim se muestran paralelismos entre la música y la vida; propone que en la composición el sonido tiene un inicio y una duración, tanto si muere como si da paso a la siguiente nota para la continuidad de la pieza; expone que cada nota debe ser consciente de sí misma lo que incluye conocer sus propios límites.

Se puede usar la idea de Barenboim como símil para el amor, que como el sonido tiene los mismos momentos: nace por un impulso, gracias a la energía justa para que se de inicio y muere cuando esta se acaba o se puede renovar para continuar en una condición dinámica y cambiante. En el amor  tiempos y condiciones son particulares, como una nota consciente de sí misma y de sus límites; si por alguna razón se pierde esta visión, se torna desastroso y problemático como una mala composición en la que las notas se atropellan unas a otras o se acaban a destiempo. En la música hay gente que gusta del ruido y de los acordes extraños, en el amor también se encuentra a quienes les gusta así: descompuesto.

La energía de inicio según veremos obedece a impulsos grabados desde muy atrás, pulsiones básicas del ser que podemos deducir por la observación y por la experiencia, sería una fase animal poco romántica, de ahí en adelante se apoya en la cultura y en las costumbres, aunque para que no quede todo en el puro interés biológico o de comportamiento aprendido se verá que en algún momento para moverse tiene su energía metafísica ideal; cual dure más o sea más fuerte depende de nuevo del acomodo y de la personalidad de cada quien.